viernes, 11 de noviembre de 2011

Cadencia perfecta

“Quizá hablamos demasiado y nos olvidamos de sentir”, lo decía desde la ventana, con los ojos vidriosos inyectados en el veneno que toda aquella situación le había provocado. Fuera, la lluvia caía con fuerza, titilante y cadencial, con pausas, que parecían marcar los compases de espera de una vida, una vida ahora vacía y sin rumbo.
Era quizá una idea sin fundamento, pero a ella, la escena se le antojó tenebrosa;  ¿qué había hecho con su vida? ¿a qué había dedicado su juventud? ¿por qué ahora?. Esa mirada perdida y vidriosa retomó un poco de vida, y observó su reflejo en el cristal de la ventana, veía su cara, su nariz, las arrugas que comenzaban a surcar las comisuras de sus labios, aunque en realidad no se reconocía en ninguno de esos rasgos...aún así siguió examinando su cara salpicada por la lluvia q arreciaba fuera, de repente clavó sus ojos en aquellos que la observaban en el cristal y dio un salto atrás, la mirada que vio no la podía aceptar como suya, el terror, el dolor, y el odio que reflejaban esos ojos era estremecedor, incluso para ella…
Se giró abrumada por su propia reacción, había dejado de caminar por su salón para caminar entre sus recuerdos, y de repente sus pasos le llevaron hacia su piano, aquel elegante piano de cola, negro, que le había dado tantos éxitos y le había quitado tanta vida…lo observó, y volvió a encontrar su propia mirada en la pulida superficie de aquel elemento majestuoso, que parecía tener una tenebrosa alma, que reposaba en una súbita quietud…
Así, en ese estado de desgarro sintió una corriente eléctrica que le corría dentro, “no…” gimió en un intento de escapar, pero era tarde, una vez más, las cuerdas del piano querían vibrar; se sentó, y comenzó a tocar una quejumbrosa melodía, que hubiera hecho llorar hasta al mismísimo diablo. Mientras tocaba, miraba fijamente esos ojos que escupían sin pudor todo aquello por lo que moría por dentro traduciéndolo a través de sus dedos, que se movían ágiles por las relucientes teclas del piano. Los acordes, se sucedían en una tensión que jamás resolvía, aumentaba y aumentaba, hasta que, en un espasmo doloroso, el último acorde sonó atronador y ella cayó sobre el piano con un golpe sordo, que cerraba una etapa…tenía los ojos abiertos, y donde antes había dolor, rabia y desgarro, ahora había paz.
Fuera, la lluvia seguía cayendo, pero ya no golpeaba furiosamente contra la ventana, sino que las gotas, enormes, se asemejaban a lágrimas. El dolor de la música de un alma, no había conseguido hacerla feliz en esta vida, pero había hecho llorar al cielo.